martes, 10 de enero de 2012

SUCEDIO EN EL METRO

No sé por qué me sorprendí cuando todo comenzó. Yo había visto claramente a los dos tipos intercambiar palabras un par de minutos antes y, sin duda, habían sido poco amistosos.
        Regresaba a mi casa después de realizar algunas compras de mercancías muy apreciadas por mí en el centro de la ciudad. Me sentía cansado y un tanto fastidiado y recuerdo que me pareció una verdadera fortuna encontrar un asiento disponible en hora pico. Me senté sin reparos, abrí el libro que llevaba conmigo y comencé a leer.
        Al poco tiempo me distraje por un fuerte sonido que escuché frente a mí y que no logré identificar de inmediato. Noté que la gente se había distribuido por el vagón de una forma inusual y, finalmente, caí en cuenta de que habían formado un círculo en torno a la puerta.
        Movido por la curiosidad, me levanté del asiento y observé lo que sucedía por encima del hombro de un señor de chamarra verde: En el centro del círculo se libraba una encarnecida batalla entre un hombre ya maduro, de camisa azul a rayas y pelo cano y ralo en las sienes, y el joven darketto que montaba una inútil guardia en la puerta momentos antes y que, cuando abordé el vagón, me había saludado con inconfundible tufo etílico. La cara de Camisa Azul se hallaba inflamada y sus ojos, saltones ya de por sí, parecía que iban a salírsele de las cuencas de un momento a otro.
         Tan inmerso me encontraba observando la escena que no me percaté de que ambos combatientes, enzarzados en un abrazo férreo, se abalanzaron contra la multitud delante de mí. La multitud sí se percató del hecho y alcanzó a esquivar a los improvisados gladiadores antes de que se produjera un choque, pero yo no; cuando me di cuenta ya me hallaba inmerso en una maraña de patadas y puñetazos, de los cuales recibí algunos que por suerte fueron leves. Apenas había podido reaccionar tratando de proteger mi mercancía recién adquirida y de cubrir mi rostro al mismo tiempo cuando, así de súbito como fui el tercer contrincante de la pelea, fui expulsado de ella, casi por la pura inercia.
        Unos metros más adelante, Camisa Azul y el Darketto Etílico se separaron de su tenaza mortal al perder el equilibrio este último y caer al piso. Camisa Azul, con una agilidad que su apariencia no sugería, se puso de pie y, en cuanto llegamos a la siguiente estación, unos segundos después, accionó la palanca de emergencia y bajó del vagón sin decir “esta boca es mía”.
        Los artículos que compré, por cierto, quedaron aplastados sin remedio.  

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